agosto 14, 2010

La inmortalidad del alma


por Kadyr Web Secreto Masónico

La masonería en su filosofía, contempla como una de sus ideas principales la inmortalidad del Alma, y que por medio de una operación natural de transformación de la energía, hecha dentro del hombre y por el hombre mismo; pueda alcanzar a poseer una Alma inmortal, según la enseñanza masónica, el ser humano no nace con una alma inmortal, sino que con esfuerzos, estudios y dedicación la obtiene.

El hombre puede elegir la aceptación de la responsabilidad de transformar energías muy altas y, de esta forma, adquirir un “ un ser superior interno” o alma inmortal, mientras que, al mismo tiempo, está sirviendo al proceso natural como un ser biológico. El principio de la transformación de energías se expresa con esta frase: “Lo superior se mezcla con lo inferior para producir un medio”. Esto significa que hay en el hombre un doble origen: uno refinado que se degrada por un proceso involutivo y otro tosco que se puede sublimar, que se mezcla con el refinado en un proceso evolutivo. El mundo está hecho de tal forma que las energías están continuamente evolucionando e involucionando, pasando por diferentes estructuras y sistemas. La vida terrestre es uno de esos sistemas de transformación. El hombre, como individuo, también participa en este intercambio universal, cuya totalidad está comprendida en el proceso de transformarse. La máxima de Heráclito de que “todo fluye” adquiere un nuevo significado, que no figura para nada en lo que se conserva del pensamiento y especulaciones de los primeros filósofos, y que ahora nos hacen saber que estaban buscando una clave para descifrar el enigma de la existencia. El alma es algo que se puede llegar a medir y a pesar, el alma es un lujo que pocos poseen, y que se puede incluso perder. La masonería ofrece así una esperanza de que se puedan reconciliar los dos enfoques del hombre y del universo: el material o mecanicista, el religioso o el espiritual. Esta doctrina masónica sugiere también que el hombre tiene una gran responsabilidad. Los dos conceptos, de naturaleza biológica y de transformación intencionada en energía, son válidos, y nos dotan de un esquema de valores que no dependen de ningún tipo concreto de creencia. Responden a la pregunta del sentido y significado de la vida del hombre, diciéndonos que eso depende de nuestra propia decisión. Podemos transformar energías hasta nuestra muerte, y cuando se desprenda una energía superior y dejemos de existir como individuos, podemos transformar esta energía por nuestra propia voluntad, y vivir en niveles cada vez más altos, hasta que lleguemos a ser verdaderamente almas inmortales.

Esta doctrina masónica es, al mismo tiempo, herética para la religión e inaceptable para la ciencia ortodoxa. Los cristianos y los musulmanes enseñan la inmortalidad incondicional para el alma, que resucitará con un cuerpo físico. Las religiones orientales también predican la inmortalidad incondicional, según el principio de la reencarnación. El destino que espera al alma en todos estos casos depende de la conducta moral, que es una norma de conducta, regulada por la Ley Divina o la Ley del Karma. La masonería por su parte asegura que el principio de la inmortalidad del hombre no es más que una posibilidad, a esto el símbolo de la piedra pulida, pues mientras la piedra este sin desbastar; la piedra no será inmortal, en la masonería el alma no es inmortal de facto, sino que la inmortalidad se alcanza por merito propio, que sólo se convierte en plena realidad en raras ocasiones, lo que se produce si el individuo puede conseguir la completa transformación de su naturaleza, mediante su “trabajo consciente e intencionado”.

La doctrina masónica que acabo de exponer es básicamente la que mantienen las escuelas sufíes de Asia Central y es lo que las diferencia de los sufíes ortodoxos de los países árabes. Si estudiamos las escrituras iraníes y védicas, veremos en ellas claras referencias a la transformación de la energía, por medio de la alimentación y el fuego, con la única finalidad de alcanzar la inmortalidad. Los antiguos masones estuvieron familiarizados con esta idea, pero actualmente sólo pocos masones la comprenden , pero no se pude relacionarlas con “el sentido y significado de la vida en la tierra” hasta que un masón sea admitido en niveles masónicos superiores que están más allá de los grados y que nada tienen que ver con éstos. Esta es la clave para una misión nueva y satisfactoria de la vida humana en la tierra. Si podemos aceptarla, tenemos una piedra de toque que nos sirve para valorar todas las actividades, grandes o pequeñas. Con nuestra propia voluntad y nuestros actos, podemos conseguir un triple propósito: salvarnos nosotros mismos, ayudar a la humanidad a evolucionar y aliviar el sufrimiento.

La idea universal está expresada por la masonería, de un modo ligeramente alterado, en la siguiente fórmula: “Todo procede de todo y termina en todo”. No hay salida posible de este proceso circular que encadena unos con otros todos los acontecimientos del universo. La causalidad es el principio central del mecanicismo clásico. El masón sabe perfectamente las implicaciones de este principio en su búsqueda del “sentido y significado” de la vida en la Tierra. Por otra parte, no hay pruebas de que los antiguos masones, ni sus sucesores ni, por descontado, cualquier otra escuela esotérica tuviesen esto en cuenta en sus formulaciones científicas; aunque tampoco significa esto que, por su parte, no reconociesen el problema. Los islámicos ortodoxos mantienen en su doctrina que los designios de Dios son absolutos y no permiten excepción; pero también mantienen que el hombre puede elegir y, por consiguiente, es responsable de las consecuencias de sus actos.

Los primeros gnósticos decían que Dios, con Su omnipresencia, hace posible que todo cumpla su propio destino, aunque hay que deducir que esto sólo es posible en el caso de que no haya nada predeterminado por la Voluntad Divina. Tal vez hubiese una doctrina secreta, que no aparece de forma explícita en la literatura gnóstica, según la cual la armonía del mundo necesita la contribución del hombre, por medio de ejercicios espirituales y austeridad. Esto queda comprobado de forma indirecta por los poderes atribuidos a los gnósticos, como consecuencia de la realización de ejercicios espirituales. Estos poderes son de dos clases: adquiridos con el trabajo y recibidos como una gracia. Los primeros están asociados siempre con la aceptación del sufrimiento y las penalidades.